lunes, 16 de mayo de 2011

Eurovisión 2011 (1)

Por fin hemos recibido la crónica del Festival de Eurovisión 2011 de nuestro corresponsal perpetuo, el sobrino del profesor Galimatías Prats. Esta vez sí que ha cumplido con nosotros y no como el año pasado que nos dejó con la miel en los labios, las velas preparadas, una mordaza, música suave y... uy, que éste no era el tema. Allá les dejo su cronicón, salmodia, o tostón, pues en el Leuret lo hemos calificado así y de otras maneras que no voy a reproducir en estos momentos. Ésta es la primera parte:


"Y el ganador es... ¡¡la tortilla de patata!!"

Este año, por Fortuna me ha pillado en Düsseldorf (guiño a los futboleros del blog) y como estaba de paso por esta ciudad con nombre alemán alemán, vamos, alemán de los de toda la vida, mi tío el insigne e inlocalizable profesor Galimatías Prats me aconsejó que hiciera mis deberes eurovisivos si no quería que su herencia marchara alegremente a las faldas de nuestra amada secretaria para todo Mariloli. Aunque sé que ya lo hizo en su día y he perdido mi capital familiar, no hice ascos a la proposición pues saben que mi vena eurofan me domina y este año está mucho más bombeante que nunca. Así que me puse como años a, preparado para todo, haciendo una hora antes la tortilla de patatas (con cebolla, of course) y con el cava de Caba, Emilio Gutiérrez Caba, en la nevera, refrescándose.  


Notas preliminares


Primera noticia: El festival regresa a tierras de los padres eurovisivos después de un largo exilio eslavo-escandinavo. Los pater familias eurovisivos son, ya saben, los que pagan casi todo y apenas ganan premios desde hace años: Alemania y el resto del "Big Five" ya los conocen: Reino Unido, Francia, España e...¡¡¡Italia!!!. Esa la segunda noticia que marcará este festival: el regreso del hijo pródigo: Italia. Trece años de ausencia y regodeo en San Remo, que se han notado y mucho en el Festival. Regresaron a lo grande (un buen tema, aunque poco eurovisivo) y quedaron segundos. Si encima ganan no hay quien los aguante en varios años o incluso en varios días. Y otro notición, la eliminación de Diva Internacional (Israel) en las semifinales. Normal: una canción sosísima y el vestuario de fondo de armario de J.P. Gaultier (pero de muy muy al fondo). Por otro lado, destacar la casi total ausencia de frikis (lástima la eliminación de Portugal), tras el aluvión de los años anteriores. Esto podría ser bueno si la calidad de las canciones hubiera mejorado en este festival, pero no ha sido así. Las voces han sido buenas o muy buenas en general, pero los temas (también en general) han sido muy sosos, poco originales y sin arriesgar en demasía. Después comentaremos las excepciones. No se vayan todavía. Lo que sí ha sido de premio ha sido la tremenda puesta en escena, la iluminación y el regreso a cierto tono de los 80 en las presentaciones de cada país entre canción y canción. Por cierto, que ese tono ochentero lo he notado también en el vestuario de muchos cantantes y en las propias canciones. Por momentos pensaba que estaba viendo un festival de 1989 o 1992 (como mucho)


El festival arranca...


Y empieza con el niño abducido Paradise Oskar, de Finlandia. Típica cancioncilla aterradora que canta tu simpático vecino todos los domingos y fiestas de guardar, sonriendo con su guitarra en el porche de enfrente, mientras tú intentas sin éxito arreglar la jod... cadena de la bicicleta de tu "adorable" sobrino. Menos mal que piensas que después regresará al hotel a dormir y rezar sus oraciones y no le verás el pelo (rubio laponés) hasta que termine el festival. La actuación de este agraciado muchacho permite colocar en la mesa la tortilla (que huele que alimenta) y el cava con su cubitera, y así estar dispuestos a soportar el resto del festival con alegría y estómago agradecido.
Le sigue un reencarnado Leonard Cohen (¿vive todavía?) en un Bosnio-Herzegovino, con la misma gracia que el archifamoso cansautor, y un grupo de amigos que más que animar, animalaba el asunto. Y llega su estribillo, ese estribillo que va a marcar todo el festival: Uooooooó, Uooooooó, Uooooooó... estribillo que se repetirá en diversas variantes (incluyendo las españolas) hasta en la ganadora final azerbayana.
Devoramos media tortilla a ritmo de Uooooooó, Uooooooó, Uooooooó... y pasamos a un amigo danés en Londres. Un tema que parece sacado de una cara B de A-Ha, pero con las neuronas compositivas bajo cero. Además, que el parecido del cantante con el futbolista (de los 90) Luis Enrique empieza a hacerme desvariar. Pausa para ver cómo está el servicio (de señoras).
En ese momento llega la primera balada de la noche. No, no es que me hubiera dormido y las ovejas empezaran a balar. Era el tema de Lituania, con Evelina cantando en un casting imposible de musical americano de Oklahoma o Silver City. Buena voz,  pero primer premio a lo más hortera y soso de las baladas festivaleras. Nuevo tiento al cava. Esto pinta mal. Cuarta canción y casi se ha terminado la botella...
Entonces, sin encomendarnos a ningún santo o beato moderno papal, llega Celine Dion redivida en una vampiresa húngara bien conservada (no mencionaremos su secreto de conservación, pero le va bien desde el siglo pasado). En otra ocasión, 1991, pongamos por caso, podría hasta haber quedado tercera o decimosexta, no les digo más. 
Anonadado, respiro con una de mis apuestas iniciales, los gemelos irlandeses. Tras verlos y cantar otro uooooooooó, y un estilo light a lo Pet Shop Boys, me desdigo de mis palabras. Sigue siendo la preferidos, pero los dejo en cuarentena hasta ver el resto de participantes.
Y Estonia llega y viene otra copia: Una Lilly Allen del Báltico. Casi casi copia completa de vídeo y vestuario de la cantante británica. La canción, flojilla. No les digo más.
Suecia. Uno de los favoritos. Eso dicen los que dicen que saben (¡¡¿¿¿????!!!). El tema es de lo más malo que he oído en años en el festival, repetitivo, flojo, casi casi podíamos decir que el típico tema eurovisivo de los 2000. Y el tipo, parece un molde de Durán Durán en una verbena de pueblo del condado de Essex o Nosex. Vamos que no va a ser popular por más que se empeñe en destrozarnos los tímpanos.

(continuará)