lunes, 3 de diciembre de 2007

No tengo tiempo


"No tengo tiempo", obra de Ubé


—¿Sabes qué hora es?
—No. ¿Lo sabes tú?
—¿Por qué crees que te lo pregunto?
—Quizás quieras hacerme perder el tiempo.
—¿Cómo quieres que te haga perder el tiempo si ni siquiera sé qué hora es?
—Ahora lo estás consiguiendo.
—¿El qué?
—Hacerme perder el tiempo.
—Está visto que no se puede contigo. Preguntaré a un guardia.
—¿Acaso te has enfadado? ¿Quieres que me detengan?
—¡¡No!! Preguntaré al guardia la hora que es.
—También le quieres hacer perder el tiempo. Ya sabes que los guardias tienen muchas cosas que hacer, obligaciones que cumplir...
—Sí, y entre ellas está el dar la hora.
—Perdona, pero la hora la dan los relojes.
—¿Me tomas por imbécil?
—Hombre, ahora que lo dices...
—No puedo saber la hora porque no tengo reloj.
—¡Pero si todo el mundo tiene reloj, al menos el de la primera comunión!
—Sí, pero mis padres son ateos y me quedé sin reloj.
—Pues vaya plan.
—Ya lo creo, y encima había quedado con cierta persona.
—Explícame eso de "cierta persona".
—Nada, no hay nada que explicar. Cierta persona es cierta persona y punto.
—Y seguido, porque si no me lo explicas ahora te atizo con el reloj de pared que le llevo a mi sobrinito.
—¡Un reloj! ¡Un reloj de pared! ¿Y por qué no me has dicho que llevabas un reloj?
—No me lo has preguntado.
—Por favor, dime la hora ¿quieres?
—Lo siento, es imposible.
—Pero, ¿por qué?
—Porque este reloj sólo da minutos.
—¿Y eso?
—Le quité la manecilla para hacerle un pendiente a mi mujer.
—¡Pero si tú no estás casado!
—Sí lo estoy. Me casé por correspondencia.
—¿Ella te quería?
—No, me mandaba cartas.
—En fin preguntaré a cualquiera... ¡Señora! ¡Señora! Por favor, puede decirme qué hora es?
—No le haga caso, señora. Es un maleducado. Hasta la ha tomado por una cualquiera.
—¡No, señora, no! ¡de verdad!... ¡¡Ay!! ... ¿Has visto lo que has conseguido? ¿Ahora cómo me presento a mi novia con el ojo morado?
—Ponte un parche.
—Sí hombre, y unos cupones de los ciegos.
—Seguro, eso le gustará. Debe estar ciega para fijarse en alguien como tú.
—No lo dirás por lo que tú eres. Yo al menos he estudiado.
—Yo también y ahora estoy trabajando de albañil.
—Es un oficio tan digno como otro cualquiera.
—Sí, pero yo prefiero la dignidad de un puesto en la administración.
—Siempre que hablo contigo me pongo muy nervioso.
—Visita a un médico.
—Sí, venga, ahora háblame de médicos.
—Es un tema tan bueno como otro cualquiera... Por favor caballero, ¿lleva hora?... Gracias. Menudo alivio.
—¿Qué hora era?
—No lo sé, me ha dicho que su mujer le ponía los cuernos pero que no era yo el que lo hacía.
—De ahí tu alivio...
—No, es que tengo gases y he soltado uno.
—Eres asqueroso.
—Puede ser, pero me lo ha recomendado el médico.
—Tu médico es un guarro.
—Tú y tus prejuicios. ¡Siempre igual!
—En fin, me iré a casa a acostarme un rato.
—¿A dormir?
—Claro, son las dos de la mañana.
—¡Las dos de la mañana! ¡No puede ser!
—Mira el reloj, estúpido.
—Y había quedado con mi novia a las 10. No sé lo que me hará.
—Nada. A las 11 estaba haciendo el amor conmigo y no ha dicho nada.

Fin por extenuación del guionista.

1 comentario:

  1. Oye, qué buen diálogo. Desesperante y fluido. Me ha gustado.

    Saluditos

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