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¡Qué bonito es el amor!
(sobre todo en primavera)
Javier Ortiz, columnista
Falleció ayer de parada cardio-respiratoria el escritor y periodista Javier Ortiz. Es algo que él mismo, autor de estas líneas, sabía muy bien que sucedería, y que por eso pudo pronosticar, porque no hay nada más inevitable que morir de parada cardio-respiratoria. Si sigues respirando y el corazón te late, no te dan por muerto.
Así que en ésas estamos (bueno, él ya no).
Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles. Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía –lo que tal vez se justifique considerando el hecho de que era policía–, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro recién difunto. Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito.)
La infancia de Javier Ortiz transcurrió en San Sebastián, ciudad que le venía muy a mano, porque nació allí. Se dedicó básicamente a mirar lo que había por sus cercanías, en particular el pecho de las señoras –ahora que ya está muerto podemos descubrir ese inocente secreto suyo–, y a estudiar cosas tan peregrinas como las ciudades costeras del Perú, de las que no logró olvidarse hasta su postrer respiro. Los jesuitas trataron de encauzarlo por el buen camino, pero él descubrió muy pronto que era comunista. Eso malogró del todo su carrera religiosa, ya de por sí poco prometedora, sobre todo desde que notó con desagrado el interés que algunos sacerdotes ponían en sus partes pudendas.
Su primer trabajo como escribidor, aparecido en una página del periódico del colegio, fue, curiosamente, una necrológica, con lo que cabría decir que su carrera como periodista ha resultado capicúa, singular circunstancia de la que muy pocos podrían presumir, aún en el improbable caso de que lo pretendieran.
A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas –algunas de las cuales seguían teniendo como referencia obsesiva los pechos femeninos–, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista.
A partir de lo cual, se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año. Fue cambiando de punto de residencia, no siempre por voluntad propia –ahí merecen especial mención sus estancias carcelarias y su exilio, primero en Burdeos, luego en París–, pero jamás varió su inquebrantable afán de agitador político, que él pretendía haber adquirido, por absurdo que parezca –y sea, de hecho–, en la lectura de Los documentos póstumos del Club Pickwick, de don Carlos Dickens, y de las Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Padarox, de don Pío Baroja.
Burdeos, París, Barcelona, Madrid, Bilbao, Aigües, Santander... Recorrió incontables sitios y holló innúmeros parajes sin parar de escribir, erre que erre. Zutik!, Servir al Pueblo, Saida, Liberación –y Mar, y Mediterranean Magazine– y El Mundo, y una docena de libros, y varias radios, y algunas televisiones... Por escribir, incluso escribió para otros y otras, ejerciendo de negro en momentos de particular penuria. También lo hizo a veces por amistad.
Movido por la lectura del Selecciones de Reader’s Digest y otras publicaciones estadounidenses tan aficionadas a ese género de operaciones, un día decidió calcular cuántos kilómetros cubrirían sus escritos, en el caso de colocarlos todos en una sola larguísima línea de cuerpo 12. El resultado de la estimación fue concluyente: ocuparían la tira.
En materia de amores (de la que sería injusto decir que careciera de alguna experiencia), también fue capicúa. Decía que las mejores mujeres, las más cariñosas y las más nobles con las que compartió sus días (sin desdeñar dogmáticamente a ninguna otra), le resultaron la primera y la última. Aunque la favorita le apareciera por medio: su hija Ane.
Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respiratoria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo.
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Javier Ortiz, escritor y columnista, nació en Donostia-San Sebastián el 24 de enero de 1948 y murió ayer en Aigües (Alicante)
Nueva colaboración del catedrático por la Universidad de Barxeta, Don Rafael Villalón para el blog invisible. Toda una declaración para colocar en la puerta de casa:
¿Que viene usted quejándose de que le duele aquí y allá, que duerme fatal, la comida le sienta mal y tiene unos gases extraordinarios y unos granitos que le pican horrores por aquí y por allá, y compite hasta con su padre, si se tercia, por ver a quién le duelen más las muelas, las piernas, las rodillas, o el aparato locomotor entero si hace falta? ¡Usté aquí no entra!
¿Que viene con cotilleos, habladurías, malos rollos y criticando y juzgando a todo lo que se menea y es incapaz de decir una sola cosa buena de alguien, solo por que usté es doctorado en poner morado al personal, y tiene una inventiva envidiable para tergiversarlo y enrollarlo todo? ¡Usté aquí no entra!
¿Que se guarda usté el dinero “pa” cuando se quede calvo, y no es capaz de darse un capricho ni un homenaje, ni siquiera sabe lo que es darse un atracón de mojama porque se le antoja y usté lo vale, y más que tacaño es usted un miserable, y se sigue poniendo aquellas alpargatas que encogieron dos números, aunque le dejen los pies como un Ecce homo, solo por no tirarlas y comprarse otras? ¡Usté aquí no entra!
¿Que en las fiestas y reuniones usté no dispara una, y solo hace que comer jamón y buñuelos de viento por los rincones y observar y analizar a los demás, como un búho leonado del Canadá, para luego poder atacar a las personas directamente al corazón de la forma más ruin y chabacana, y de paso ser el primero en desternillarse a carcajadas si a alguno se le va el bolo alimenticio por el otro lado? ¡Usté aquí no entra!
¿Que es usté capaz de guardar rencor durante más de un siglo y pico y se acuesta por las noches una hora antes solo para que le dé tiempo a planear venganzas horribles contra todas aquellas personas por las que usté se ha sentido atacado, y que seguramente de usté ni se acuerdan? ¡Usté aquí no entra!
¿Que es usté más falso que un techo de escayola, y ensaya sonrisas delante de los vecinos, para luego llenarles el balcón de colillas y esperar a que cuelguen la ropa para sacudir todas las alfombras de su casa y hasta las mantas que tiene guardadas y más que hubiere y es capaz de avisar a la policía si al vecino de arriba se le cae un alfiler y, según usté, provoca un brutal estruendo? ¡Usté aquí no entra!
¿Que dice usté que sus amigos siguen siendo sus amigos, aunque no los vea ni les hable en veinte años, y se hayan cambiado cuatro veces de trabajo, tres de número de teléfono, dos de domicilio, una de sexo, y usté ni se haya enterado, y un buen día se va usté de excursión a Burgos, le da un arrebato, y le manda una postal a un amigo que hace cuatro años que faltó? ¡Usté aquí no entra!
¿Que está usted deseando acostarse con esta o aquella solo por contarlo a los demás, no por amor ni por el placer del sexo, y poder dar esa imagen de “follomucho” que a usté le gusta tanto y cree que le hace bien, y en lugar de subirse la autoestima como está “mandao” se la sube usté molestando e hiriendo a las personas? ¡Usté aquí no entra!
¡Y es que no, no entra!
¡Y se ha terminao!