"No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Parece una losa con letras de plomo que cae sobre mi cabeza desde el tejado del Empire State Building. Yo en realidad quería ser un cateto para estar más cerca de mi amada hipotenusa, pero no pudo ser (los hay más catetos que yo). No me crean al pie de la letra, háganlo un poco más arriba. Corro el riesgo de aburrirles o, peor aún, de aburrirme pensando tanto, llegando a estúpidas conclusiones del tipo: "El ser absoluto, encerrado en un universo cósmico y multidireccional, tiene la necesidad vital de dominar y ser dominado, generado por su fuerza genética animalizada y destinado a la destrucción de su verdadera identidad". Demasiado larga para ser una frase lapidaria o para un anuncio de natillas. Montaigne dijo (y si no lo dijo él nos engañó como a unos bobos) que la mejor filosofía era conocerse a uno mismo. Yo también opino como él, pero aún no he encontrado a nadie que me haga las presentaciones y yo olvido difícilmente el protocolo. Todo en mi persona es una incógnita, como un interrogante sexy que poco a poco hace un strip tease mental.
"No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Y lo peor es que la masa no hace más que recordártelo cada día, rematando la faena con adoquines adornados con la odiosa sentencia. Pueden tener razón. Yo no sé ya lo que es racional o irracional y quién puede demostrar la racionalidad de las cosas y del mundo. La moralidad es absurda. La masa crea su propia moral que el individuo debe aceptar si no quiere depender de sus propias y escasas fuerzas para sobrevivir. ¡No a los esquiroles! ¡Abajo la inteligencia! ¡Vivamos en comunidad sin conocernos! ¡La masa ordena y manda! Ya tengo al animalillo encefálico metiendo baza entre paréntesis (Baza). Ha vuelto el racionalista cínico, la mente lúcida y vanal para divertirles (cretino payaso). En fin, del aburrimiento al cabreo no hay más que un paso de hormiga, pese a lo complicado que resulta éste si no se coordinan todas sus patas.
Aún estoy aquí. He vuelto a pensar y como suele suceder, pronto han subido los vecinos a quejarse del ruido y a decirme que me fuera a filosofar al desierto (alguno añadió "y váyase con viento fresco", lo que agradezco teniendo en cuenta al sitio al que me envían). El Turia se ha convertido en una lengua roja viscosa y llamativa. Oigo a Ricardito (Wagner) mientras atardece maravillosamente, la única forma de atardecer que conozco salvo cuando está nublado. Los pajarillos cantan, o al menos, eso creen ellos, y los camiones corren melancólicamente por la carretera. Los álamos amarilleando, el incipiente humo de las chimeneas. Die Meistersinger von Nürnberg finaliza con la puesta de sol perfectamente sincronizada. Otra estupidez como cualquiera. Diga usted que sí: ¡SÍ!
Siempre he odiado eso de no dejes para mañana....
ResponderEliminarY las cosas impuestas.
Siga vd, escuchando a Wagner.
Es la mejor forma de terminar el día sin duda.
Un beso amigo mío.
Olga.