"Isla desinformada", obra de Ubé. (Notas para un cursillo de verano del profesor Galimatías Prats)
Vivimos en el reino de la información. Bueno, eso fue hace un tiempo ya que, como recordarán, caballeretes, la información se autoproclamó emperadora. Vivimos, pues, en el imperio de la información, ejerciendo su dominio con aplastante superioridad numérica, más aún desde que expulsaron a la literatura del sistema de poderes con tarjeta roja porque "carecía de utilidad práctica".
Y entonces surge la pregunta como un géiser noruego o una espinilla juvenil: ¿Quién dirige la información? o mejor, ¿qué es la información? Así podría seguir con el resto de partículas interrogativas (perdón por el término "partículas" pero es que no se me ocurría otro): dónde, cuándo, por qué, etc. (¿por qué no se calla, hermano? zí, zeñó.) Recuerdo, en una conferencia dada en mi juventud, que llegué a la conclusión de la incognoscibilidad del tiempo. Esta evidencia es totalmente aplicable con la información: es incognoscible. Si ustedes encuentran a un tipo llamado "información" avísenme para felicitar a sus padres por su maravillosa elección nominal.
Los hilos que tejen la información son invisibles. Para descubrir qué manos la manejan lo mejor es coger un bote de pintura y dar pinceladas en el aire hasta que topemos con uno. Luego no tenemos más que seguirlo. Yo una vez lo hice y cuando llegué al final no había más que una puerta y un letrero que decía: "Me fui a comer". Desistí. Hoy en día las necesidades biológicas son una buena escusa para dejar de trabajar. Pruébenlo.
No duden de que todos sus movimientos están controlados por los medios de comunicación. La información es un tipo de muchos recursos: televisión, radio, prensa, teléfono, mi casa, televisión y además mucha televisión. Actualmente hasta los eremitas de los bosques y de los desiertos tienen televisiones, algunos incluso con antenas parabólicas. Estarán de acuerdo conmigo (y si no avísenme para que el portero les eche), en que así se hace ermitaño cualquiera, hasta un político medio llegado el caso.
Piensen, si es que todavía pueden hacerlo, en un mundo sin medios de información. Si ya de por sí el rey de la creación (y la procreación) tiene unas dosis enormes de curiosidad, nuestro afán de cotillero entraría en una crisis aguda peor que los efectos de la cocaína+heroína+mc2+rumba puertorriqueña al vacío. Evidentemente nos volveríamos todos locos, miraríamos con viles sentimientos al vecino y nunca sabríamos los números premiados en la bonoloto. Me parece que les estoy liando un poco, esperen que les desate. Sebastián, páseles una birras aquí a los colegas (hay que complacerles).
Algunos dicen que el que dirige la información es el Estado. Yo creo que el Estado nunca sabe muy bien lo que tiene entre manos. Además, el Estado es otro ente abstracto como la religión (tema en el que aún no he entrado de lleno -sólo he metido el pie para ver si estaba fría-). Los políticos no son el Estado, no señor; bastante tienes los pobres con ser políticos. ¿Quién domina entonces la información? Se lo confesaré: El Ente abstracto que, en cuanto creación humana, conoce sus limitaciones tiende a rebasarlas con el simple deseo de sus miembros, saboreando el espíritu absoluto del universo que llega a ser algo así como la carta de ajuste del conocimiento pneumático. En definitiva, lo abstracto sale tan mal en las fotos como un servidor.
Aclarada esta cuestión fundamental, pasemos al centrifugado del asunto. ¿Cuáles son los efectos de esta todopoderosa maquinaria sobre el frágil ser humano? Todas las actividades humanas pasan a ser una mera imitación de las normas dictadas por los medios de información (no se puede negar que Skinner me ha estado invitando a unas cervezas este fin de semana. Vean, vean a continuación lo que sigue si no me creen). La conducta humana, tan moldeable como un bote de cocacola (incluso uno de pepsi), sigue derechita el caminito verde que va a la ermita. "Sed buenos", dice la caja parlante, y nosotros obedecemos. "Sed malos" y también obedecemos. A veces la vida* (*A ésta que la fusilen al amanecer) parece más un cuartel o una fábrica de robots que lo que debería ser.
Cayendo en la cuenta del factor colonialista de la información (me he roto los dientes y se me ha salido el estribo), vemos como los países más adelantados en el capitalismo salvaje que rige el mundo nos introducen en su círculo de naciones-servicio, naciones-dormitorio o naciones-wc. Y nosotros ¿qué hacemos? Pues imitarles, porque ¿qué vamos a hacer si no? ¿apagar la televisión? Quizás así puede que la población de Europa aumente de una vez por todas.
No piensen que les voy a dar soluciones. Pocas veces doy algo a alguien sin que lo merezca. Además, no se las doy porque se acerca la hora de comer y, en definitva, porque no me da la gana.
El abuso de la información parece dirigido para lograr el final de la individualidad humana. El hijo devora al padre. La gente normal; es decir, la que su cociente intelectual no rebasa los 100 grados farenheit, creía que los robots iban a esclavizar al hombre. No es cierto, los medios de información serán los que lo hagan, cada vez con más perfeccionados sistemas de penetración (y nosotros con el mismo desde que nos echaron al mundo) y control. Tampoco abogo por la desaparición total de la información, aunque mejor sería controlarla un poquito. Les aconsejo que de vez en cuando golpeen su televisor con un bate de béisbol. Ya verán qué bien se porta.
De momento concluyo mi primera parte de la conferencia. Esperen sentados porque volveré tarde.