San Belloch a tamaño natural (¡enorme!)
levitando sobre el Ebro
camino de su nuevo despachito.
La Biblia Zirigozana.
Hoy:
EL EVANGELIO SEGÚN BELLOCH
Publicado por: PURNAS/Jorge Romance
El primer día dijo Juan Alberto: “Naveguen los barcos por el Ebro”. Y el río y su fondo lo impedían. Y dijo Juan Alberto: “draguemos el río”. Y los ecologistas, y la Unión Europea lo impedían. Y dijo Juan Alberto: “Que lo draguen igualmente“. Y se hizo su palabra hecho y el río se dragó y los barcos siguieron sin navegar. Y dijo Juan Alberto: “Que les paguen a las concesionarias de los barcos”. Y una lluvia de dineros cayó sobre las concesionarias mientras sus barcos se trasladaban a otros lares.
Al segundo día dijo Juan Alberto: “La macrobandera de España ondeará enhiesta en el culo del Justicia de Aragón, en la plaza Aragón”. Y aunque hubo quien protestó dijo Juan Alberto: “Son unos indios folklóricos”. Y dicho y hecho, la bandera ondeó, y no contento Juan Alberto dijo más: “Me quiten unas cuantas más de banderas de Aragón y me pongan un par más de España”. Y las banderas se hicieron y ondearon.
El tercer día dijo Juan Alberto: “Hagamos un despacho para que el alcalde perciba la luz de Dios”. Y el desfase presupuestario permitió que dos minipisos se unieran y crearan un despacho habitable. A su imagen y semejanza los creó. Despacho y rosetón los creó. Y Juan Alberto se hizo persona mortal y habitó entre nosotros. O un poco más alto que nosotros, para poder mirar por el rosetón.
El cuarto día, que pareció el primero, Juan Alberto confirmó su voluntad. Separó a los buenos de los malos, a los laicos, de los infieles, a los católicos de los pecadores. Y su voz retumbó como el trueno: “Mientras yo sea alcalde, aquí no se retira ni un crucifijo“. Y los inicuos temblaron en sus escaños y los pecadores se escondieron del trueno. Y el crucifijo permaneció inalterable rigiendo los destinos de los zaragocíes.
Al quinto día dijo Juan Alberto: “Que los inicuos permanezcan escondidos y que todos los demás rindan homenaje a Dios”. Y entonces un rayo de fuego dictó los reglamentos de la ciudad de Zaragoza, obligando a los concejales a participar en los actos religiosos.
Al secto día, y digo bien, el secto, Juan Alberto decidió que todo eso no bastaba. Su nombre, y el nombre de sus hijos, y el de los hijos de los hijos de sus hijos, debía ser recordado por algo más. Y pensó Juan Alberto: “Quitemos el nombre de un franquista para poner a otro, que además, es capillicas y santo”. Y dicho y hecho, por obra y gracia de su mano se creó, por gracia y obra suya se cambió General Sueiro por San José María Escrivá de Balaguer. Y aunque todas las calles se cambiaron por consenso Juan Alberto impusó su ley en ésta y SanJoseMaría tendrá su calle en Zaragoza. Alambrado sea.
Y vio Juan Alberto todo lo que había hecho y vio que era bueno, o al menos, que si los inicuos lo criticaban, sería bueno. Y satisfecho dijo Juan Alberto: “Al séptimo día Dios descansó, pero yo no sé lo que hacer”. Y vio que lo que pensaba era bueno y siguió meditando. Y los inicuos y el resto de ciudadanos de Zaragoza también pensaron: “Que descanse, por dios, que descanse”.
¡País! El que no roba más es porque no puede. Máxima del político mediocre.
ResponderEliminarA nosotros nos queda la palabra convertida en denuncia, en sátira o espada. Verso o cuchillada.
Que fortuna la de ser artista.
Un abrazo de la Antorcha Humana.
¡¡Alabado sea Belloch y su mujer del piano!! ¡¡alabadas sus ojeras cuasisantas!!
ResponderEliminarY al día siguiente ante su periodico y croisant vio Belloch que los comentarios no eran buenos, que las tintas le acusaban, le reían, le ponían mal. Y dijo:" A partir de ahora no se pondrá un anuncio en el Heraldo, por malvados y persecutores de mi santo ser". Y el Heraldo dejó de recibir los ingresos para más libertad de prensa. ¡¡Vivan los pianos!!
ResponderEliminar