Un año más llegan a la universidad nuestros nuevos retoños y de nuevo son sometidos a la magnífica "Jornada de Bienvenida" en la que, como siempre, nos toca dar la última charla sobre las ventajas y maravillas de la Biblioteca. Los pobres asistentes, tras casi 4 horas de otras similares, ojos de sueño, culos endurecidos por los asientos de esas sillas de principios de los ochenta, calor agobiante propio del aire condicionado (a la situación atmosférica del día) de la sala, etc, lo único que desean es llegar sanos al vino español, pero comprueban las penurias de la universidad pública y sin cafetería y tienen que marcharse a casa si desean reponer fuerzas físicas y psicológicas. Todo esto pasó así, pero yo en realidad lo ví de forma algo distinta (y además, creo que me ví mucho más guapa que en la realidad, añado):
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