martes, 17 de abril de 2007

Pescadillas (II)


Con mis nuevas capacidades ya puedo saber
lo que piensan los dueños del "Hostal La Perla"

No contenta la pescadilla con meterme miedo en el cuerpo, siguió martirizándome con nuevos poderes que alcanzaría al amanecer. Con su aliento salado penetrando por mis orejas desvalidas afirmó categórica que desde mañana jamás podría decir una mentira a nadie (y eso que sabe que no me gusta Jim Carrey), lo que complicaba el anterior poder de leer los pensamientos. ¿Para qué saberlos si luego no podía utilizarlos a mi antojo con unas buenas tretas de engaños y mentiras? "Además", dijo la pescadilla asomando por entre mis piernas (ya había cogido ella confianza con la cama), "se te van a conceder los clásicos deseos que todo humano ha tenido durante toda su vida en este planeta que nos soporta: vida eterna, placer sin límite, felicidad permanente, viajar en el tiempo, jugar a los dados con Dios, calzarle tacones a la Virgen, irse de parranda con Jesús (eso es un lujo, porque sin dinero, y con eso de que multiplica los panes y los peces, y convierte el agua en vino es juerga asegurada), y hacer que tus deseos se cumplan inmediatamente".

(continuará)

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