Clarín nos pone en guardia sobre las necesidades intelectuales de las clases dirigentes de Vetusta ("La Regenta")
“El gabinete de lectura, que también servía de biblioteca, era estrecho y no muy largo. [...] La biblioteca consistía en un estante de nogal no grande, empotrado en la pared. Allí estaba representando la sabiduría de la sociedad el Diccionario y la Gramática de la Academia. Estos libros se habían comprado con motivo de las repetidas disputas de algunos socios que no estaban conformes respecto al significado y aun la ortografía de ciertas palabras. [...] En los cajones inferiores del estante había algunos libros de más sólida enseñanza, pero la llave de aquel departamento se había perdido.
Cuando algún socio pedía un libro de aquéllos, el conserje se acercaba de mal talante al pedigüeño y le hacía repetir la demanda.
-Sí, señor, la crónica de Vetusta...
-Pero ¿usted sabe que está ahí?
-Sí, señor, ahí está...
-El caso es... -y se rascaba una oreja el señor conserje-, como no hay costumbre...
-¿Costumbre de qué?
-En fin, buscaré la llave.
-El conserje daba media vuelta y marchaba a paso de tortuga.
El socio, que había de ser nuevo necesariamente para andar en tales pretensiones, podía entretenerse mientras tanto mirando el mapa de Rusia y de Turquía y el Padre nuestro en grabados que adornaban las paredes de aquel centro de instrucción y recreo. Volvía el conserje con las manos en los bolsillos y una sonrisa maliciosa en los labios.
-Lo que yo decía, señorito..., se ha perdido la llave.
Los socios antiguos miraban la biblioteca como si estuviera pintada en la pared”
Cuando algún socio pedía un libro de aquéllos, el conserje se acercaba de mal talante al pedigüeño y le hacía repetir la demanda.
-Sí, señor, la crónica de Vetusta...
-Pero ¿usted sabe que está ahí?
-Sí, señor, ahí está...
-El caso es... -y se rascaba una oreja el señor conserje-, como no hay costumbre...
-¿Costumbre de qué?
-En fin, buscaré la llave.
-El conserje daba media vuelta y marchaba a paso de tortuga.
El socio, que había de ser nuevo necesariamente para andar en tales pretensiones, podía entretenerse mientras tanto mirando el mapa de Rusia y de Turquía y el Padre nuestro en grabados que adornaban las paredes de aquel centro de instrucción y recreo. Volvía el conserje con las manos en los bolsillos y una sonrisa maliciosa en los labios.
-Lo que yo decía, señorito..., se ha perdido la llave.
Los socios antiguos miraban la biblioteca como si estuviera pintada en la pared”
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